El esplendor del liderazgo
Estamos todos vinculados a través de la cadena de relaciones que se construyen en la sociedad. El protagonismo social nos engloba a todos. La socialización es constante. El proceso vincular conduce a cada actor social a desarrollar su vida y en cada uno de sus actos aparece el otro y el entono que lo rodea. Para la sociedad es relevante lo que cada ciudadano hace. Desde su ser puede transmitir su saber y así ver materializado su aporte al hacer.
En ese encuentro cotidiano el saber ocupa un lugar central. Es así porque de acuerdo al criterio adquirido, aprendido, absorbido interiormente, que se tenga sobre la vida, así será el desenvolvimiento en el mundo que habita. La exteriorización de su ser fluye entre todos y se muestra con su magnitud.
La cultura social ayuda a comprender determinados comportamientos de los habitantes de un lugar. Es que los mismos son quienes refuerzan las creencias transmitidas o las modas creadas o las tendencias que aparecen. El respeto es la esencia de los vínculos multiculturales que se manifiestan en el mundo actual.
Incorporarse al mundo social representa grandes desafíos para el ciudadano que lo transita; las situaciones traen nuevos términos en el léxico de los transeúntes de conglomerados llamados a soportar escenarios diferentes. El cambio de hábitos de traslado, de comunicación, de trabajos, de relaciones grupales, de encuentros masivos, produce planteamientos en la forma de vivir, de entender lo que es la vida. Este tiempo requiere del saber en todas sus manifestaciones. En la amplitud de su alcance. La personalidad imbuida de conocimiento puede ejercitar su juicio crítico y a través del mismo realizar las mejores acciones.
Cuando hay conocimiento las perspectivas de socialización se presentan con su esplendor. En el desarrollo de una vida está el desarrollo de una sociedad. En las etapas de su existir la sociedad está presente y su ser vive en ella. Su calidad de actor social alcanza a interiorizar los elementos que hacen a su idiosincrasia y con ellos convive durante toda su existencia.
El saber permite discernir y de esa forma uno puede ejercitar sus facultades cognitivas para relacionarse con sus vecinos, con sus compañeros de trabajo, con su gente amiga, con sus familiares, con todos aquellos que de una u otra forma tienen un contacto con su vida. El saber activa todos nuestros sentidos y la lucidez del conocimiento nos enseña a observar, a escuchar, a sentir, a hablar cuando corresponde hacerlo.
La interacción y la participación promueven la socialización. Cuando las mismas tienen como base la transversalidad de los efectos de la educación, pueden ser vividas con mayor significación. Un ser educado interioriza el aprendizaje recibido y ejercita su libre albedrío para desplegar su persona en los escenarios en donde interviene. El aprendizaje de pautas culturales y la internacionalización de valores se viven desde la niñez, y ambos permiten la integración natural al sistema social.
El sociólogo Howard Becker entiende la cultura como comprensiones compartidas que las personas utilizan para coordinar sus actividades. El saber tiene una gran influencia en el comprender lo que hacemos y lo que hacen los demás; y también en el compromiso que se asume tanto individual como socialmente.
Becker hace referencia a la compresión y a la coordinación en el mundo de los vínculos. Detenerse a comprender requiere del saber, si no se sabe difícilmente se pueda tomar magnitud de lo que está sucediendo. Se necesita entender lo que pasa para poder comprender sus alcances. Hay que saber, hay que estimular el aprendizaje como herramienta del crecimiento de la sociedad. Al no poder comprender no se puede coordinar lo que se podría hacer si se comprendiera tal o cual situación. La parálisis social toma protagonismo cuando no hay comprensión del acontecer y la muestra de la misma es la carencia de respuestas coordinadas que puedan superar las dolencias sociales que afectan a la comunidad.